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domingo, 1 de julio de 2012

LAS FASES DEL AMOR

Hace ya muchos decenios que leí el libro de Erich From, EL ARTE DE AMAR. No lo he querido leer de nuevo antes de escribir el presente artículo para no ser influido directamente por sus ideas. Indudablemente que de todas maneras hay alguna influencia, producto de la lectura anterior, así como de otros escritores. Pero la mayor influencia en mi pensamiento sobre esto son mis propias experiencias y la observación de la realidad en distintos países. 
En mis blogs y páginas anteriores escribí algunos artículos relacionados con el tema del amor.  Intentaré hacer enlaces o transcribirlos a este artículo en otra oportunidad. También haré enlaces a otros artículos que tengan alguna relación con el tema, como es el caso de una serie de 7 artículos sobre LA FAMILIA , que escribí hace un par de años.
Como en mi artículo del 6 de este mes en mi blog personal, me referiré al amor de una pareja, entre un hombre y una mujer. Para los homosexuales puede ser equivalente al amor entre dos personas del mismo sexo por supuesto, aunque aún hay sectores de la sociedad en muchos países que no reconocen los derechos de estas personas. Para referirse a ello es más adecuado que lo haga un homosexual. Por desconocer ese lado de la sexualidad, yo no puedo opinar mucho. Sólo puedo decir que cada cual tiene derecho a practicar la sexualidad que considere más conveniente para sí mismo.
Es imposible separar la sexualidad del amor, puesto que se complementan. Es verdad que hay otros tipos de amor entre los seres humanos, aunque yo no los definiría como amor sino como cariño o sentimiento de amistad o solidaridad, que puede tener muchas variaciones, sin estar relacionado en absoluto con la sexualidad. Y es esto último lo que marca la diferencia entre el amor de una pareja y otros tipos de amor.
Por mucho que  leamos, discutamos o reflexionemos sobre el amor, nunca podremos llegar a ser expertos en esta materia. Por otra parte, nuestra forma de interpretar ese sentimiento variará de acuerdo a nuestras experiencias y a la influencia de muchos factores a lo largo de toda nuestra vida. Entre esos factores está la familia de la que procedemos; los centros de estudio, desde la niñez hasta los estudios superiores; distintos tipos y lugares de trabajo; los medios de comunicación; el conocimiento de las artes, la literatura, etcétera.
Cuando niños experimentamos un tipo de amor, que puede ser menos o más profundo, dependiendo de las vivencias en nuestro hogar, el testimonio de la vida de nuestros padres, de sus acciones, de sus errores, de su forma de comunicarse con nosotros, de su situación económica, de su preparación intelectual o la carencia de ella, y muchos otros factores. Nuestra sexualidad va despertando, sin ser conscientes de que se está llevando a cabo un cambio permanente en nuestro organismo. Muchas veces, los padres no tienen en cuenta esa cambio y no le dedican la atención debida. Los adultos cercanos a nosotros adoptan distintas posiciones cuando notan o suponen algún tipo de cambio en nuestro desarrollo hormonal y sexual. Erróneamente se recurre a bromas que nunca se aclaran para que se entiendan y los niños empiezan a sentir vergüenza. También se recurre a ocultar la naturalidad de las relaciones sexuales o a definir éstas como algo sucio y pecaminoso. La vergüenza es acompañada del miedo a expresarse o a preguntar sobre algo que con el tiempo se va transformado en algo "monstruoso", algo que se debe experimentar a escondidas, puesto que la curiosidad aumenta a medida que se avanza en edad, sin tener una guía adecuada. El misterio hace que se acentúe la curiosidad y se forme un sentimiento morboso, muchas veces compartido con otros niños. Esto provoca una interpretación equivocada de la realidad y una separación enorme entre los conocimientos de los padres y de los hijos.
Lo anterior induce a que nuestras primeras experiencias sexuales sean bochornosas. Es común que sean adultos o niños mayores quienes inician a los más pequeños en distintas prácticas, que van desde inocentes juegos de "papá y mamá" hasta tocamiento de genitales o "demostraciones de expertos (o expertas)" en exhibicionismo u onanismo.
Conocido es el complejo de Edipo, que puede considerarse como una de las primeras señales de amor erótico. Este complejo, natural y justificado en psicología como parte del desarrollo del ser humano, puede acentuarse, llegando a ser una obsesión para muchos niños. Lamentablemente, muchas madres contribuyen al aumento de este complejo, utilizando diversas acciones equivocadas y exagerando en sus caricias cuando se trata de hijos varones. Tanto usted, estimado/a lector/a como yo, hemos presenciado en más de una oportunidad este tipo de comportamiento. Si mis lectores no han sido testigos de esto, yo puedo asegurar que lo he visto y muchas veces, en distintos países. Hay madres que siguen tratando a sus hijos como si fuesen bebés, a pesar de que éstos han alcanzado una edad superior a cinco años. Se suelen hacer tocamientos que sólo se justifican cuando los niños no se pueden valer por sí mismos en el cuidado de su higiene, movimientos normales para hacerles la limpieza. Para algunas madres es divertido jugar con los genitales de sus hijos, haciendo bromas al respecto. Hay madres y padres que tienen la mala costumbre de besar a sus hijos en la boca, una caricia que debería estar reservada sólo para las relaciones de pareja. En la mayoría de los casos, se trata de acciones inocentes, que creen normales. Pero hay casos en los que esas acciones adquieren un carácter más grave. Los casos de abuso sexual con menores son frecuentes y la mayoría de las veces esos abusos tienen sus orígenes en el hogar, con miembros de la familia. Una gran parte de esos abusos los llevan a cabo padrastros o "padres postizos".
Los abusos sexuales contra menores -considerados como violación y castigados con cárcel en muchos países como Suecia- son los casos extremos y ocasionan traumas y todo tipo de problemas psicológicos a las víctimas. El desarrollo de su sexualidad se ve truncada, provocando un salto en su desarrollo psicológico y en su sistema reproductor, especialmente en las niñas, que en muchos casos son víctimas de embarazo precoz. Una enorme cantidad de muchachas se hacen mujeres demasiado temprano y se ven impedidas de estudiar, lo que retrasa o elimina sus posibilidades de desarrollo intelectual. 
En el artículo del 6 de junio escribí, entre otras cosas, lo siguiente:
No creo en el amor, porque considero que cada cual se ama a sí mismo, en forma egoísta. Me refiero en este caso al amor entre un hombre y una mujer, no a otros tipos de amor, como el filial, aunque también hay similitudes en cuanto a la expresión de los verdaderos sentimientos. La gente miente fácilmente y dice "te amo" e incluso agrega la palabra "mucho", como si el amar tuviera distintos grados de intensidad. Pero lo que llaman amar no es nada más que un deseo de satisfacer los propios anhelos, deseos o aspiraciones. Amar es sentir algo por alguien sin esperar nada a cambio, pero la gran mayoría de las personas que dicen amar sólo esperan una retribución, sea ésta material, sexual o espiritual, como admiración, agradecimiento o reconocimiento. En muchos casos, las personas que más afirman amar son las que menos aman. Detrás de sus promesas y afirmaciones puede haber intenciones ocultas para sacar provecho de una situación o de una relación. Hay mujeres y hombres que son capaces de planificar hasta el más mínimo detalle la forma de apropiarse del dinero o de los bienes de otra persona.
Por supuesto que se puede querer a una persona. Pero ese querer es deseo de ser querido. Es una especie de trueque de sentimientos. Y puede ser hermoso estar con alguien, vivir con ese alguien y llegar a tener hijos. Todo eso en el marco del respeto mutuo y de la de distribución y participación de responsabilidades. Pero amar es la utilización de un verbo mucho más importante. Amar va más allá que el simple deseo de ser correspondido o de obtener un beneficio material o espiritual. Amar es poder sacrificarse por la felicidad de alguien, por ejemplo.
El amor verdadero, por lo tanto, no es muy común ni fácil. No todos los hombres ni todas las mujeres están dispuestos a sacrificar su propia felicidad en favor de la felicidad de la persona a la que consideran amada. El amor que siente la mayoría de la gente es un amor posesivo e interesado, destinado a satisfacer sus propias necesidades afectivas, fisiológicas o de otra naturaleza.

Cuando somos adolescentes o muy jóvenes muchas veces creemos enamorarnos. Pero nos enamoramos del físico de una persona, de sus gestos o de su manera de moverse, de hablar, etc. Nos enamoramos sin saber cómo es esa persona, cómo piensa o cómo se comporta en situaciones que son muy importantes en una relación. Podemos llegar a sentir un sentimiento muy poderoso, como si la persona a la que creemos amar es la única que nos podría hacer felices. Soñamos con esa persona y nos invade la fantasía, imaginándonos situaciones maravillosas junto a ella. Nos transformamos en su protector y en su amo; o todo lo contrario, nos consideramos protegidos en su regazo o en sus brazos, en su cercanía. Encontramos en la persona amada un refugio, una medicina sobrenatural. Imaginamos un futuro en el que vemos satisfechos todos nuestros deseos con esa persona y la subimos a un pedestal, la transformamos en una majestad y la adoramos como a una deidad.

El sentimiento de lo que creemos es amor nos enceguece, pero al mismo tiempo nos hace temerosos. Le tememos a la persona "amada", porque creemos que podemos hacer el ridículo frente a ella. Muchas veces ni siquiera somos capaces de expresar nuestro sentimiento hacia esa persona y ésta nunca llega a saber lo que sentimos por ella. Otras veces la persona querida se da cuenta de que sentimos atracción. Su reacción puede ser de indiferencia si no encuentra en nosotros algún atractivo, aunque también ocurre que esa persona sienta lo mismo por nosotros, pero  tampoco se decide a dar un paso de acercamiento. Así se dan muchos casos de amor platónico, que al mismo tiempo que nos dan alegría y esperanza, nos provocan intensos sufrimientos y hasta desesperación. Cuántas veces no nos hemos arrepentido de no haber tenido mayor capacidad de decisión y haber expresado nuestros sentimientos en un momento determinado. Una palabra o una frase en el momento oportuno pudieron cambiar nuestro futuro, pero lo dejamos pasar, para bien o para mal. Muchas veces ensayamos los gestos frente al espejo o retorciéndonos en noches insomnes planificamos un discurso fantástico, muy coherente, para declarar nuestro "amor". Pero cuando hemos estado frente a la persona elegida no hemos sido capaces de articular una sílaba y hemos dicho cualquier tontería, quizás todo lo contrario de lo quisimos decir.

Lo que nos ocurrió a temprana edad se vuelve a repetir en nuestra edad adulta. Es una "enfermedad" de la que difícilmente podemos recuperarnos. A pesar de haber pasado los bochornos y los sinsabores de antes, volvemos a comportarnos como niños cuando nuevamente creemos habernos enamorado de alguien. Insisto en que creemos, porque lo que sentimos, por lo general es sólo atracción superficial, aunque nos imaginemos que es algo profundo. El enamoramiento falso nos lleva a cometer errores. Tanto nosotros como la persona que parece correspondernos nos dejamos llevar por la química, por las señales hormonales, por lo superficial. Por eso surgen, tarde o temprano, contradicciones enormes que se van acentuando a medida que pasa el tiempo de vida en común. Poco a poco vamos viendo lo defectos de la otra persona y nos volvemos intolerantes. Cada miembro de la pareja exige cada vez más de la otra y se va formando un ambiente de repulsión mutua, muchas veces disimulada, otras veces abierta. Los insultos y las humillaciones van apareciendo con más frecuencia y en muchos casos se llega al extremo de la violencia física. Lo anterior se acentúa aun más cuando hay celos de uno o de los dos miembros de la pareja. Se dan casos en que se mezclan el cariño con el odio y a pesar de no soportarse, dos personas insisten en seguir juntas o una de las dos impide que la otra sea libre.  No son pocos los casos en los que la pareja sigue viviendo bajo el mismo techo sólo por no perjudicar a sus hijos, pero también hay muchos otros motivos, como por ejemplo:
  1. La separación conlleva a sentirse "fracasados" frente a otros miembros de la familia. Se teme ser sancionados o reprochados por los padres u otros parientes. Se teme a la vergüenza.
  2. La reputación ante vecinos o amigos se puede sentir vulnerada. Se teme a "el que dirán" aunque otras acciones o comportamiento pueden dar mucho más que hablar.
  3. La religión puede influir en crear un fuerte sentimiento de culpa y se siente la obligación de mantenerse dentro de una relación, por muy deteriorada que esté. Se teme más al castigo del fuego eterno que al suplicio de soportar durante largos y penosos años a un violador, a un borracho, a un maltratador o a un asesino, en el caso de las mujeres, por ejemplo.
  4. La separación obliga, en muchos casos, a sacrificios económicos. Se necesita dos hogares en lugar de uno. Los gastos repartidos entre dos se deben pagar por separado, lo que aumenta la cantidad de dinero a pagar. Pueden surgir muchos otros problemas derivados de la situación económica de la pareja.
  5. El temor a la soledad, a tener que volver a empezar una nueva vida. Se teme dejar algo "seguro" por algo desconocido o aventurado. Se teme perder la posibilidad de ver satisfechas algunas necesidades afectivas o de otra naturaleza. 
Por supuesto que hay muchos otros motivos por los cuales una pareja no se atreve a separarse. Al respecto, recomiendo leer la serie de artículos sobre LA FAMILA, que he enlazado más arriba. Desde el punto de vista social, tampoco es conveniente que haya muchas separaciones. Pero eso ya pertenece a otro  tipo de problema, que la sociedad debe solucionar, entregando mayor información a quienes deseen forma una pareja. 

Lo anterior es el resultado de lo que muchas veces se creyó era amor. En esos casos el "amor" no fue más que atracción, deseo sexual, interés de cualquier tipo (económico, estatus, fama, etc.) o prisa por formar u hogar, sin pensar en las consecuencias. 

No creo que hayan personas que puedan afirmar con seguridad que han sentido el verdadero amor, una vez que hayan reflexionado sobre lo que he enunciado en este artículo. Si hacen una revisión interna y retrospectiva se darán cuenta de que siempre se han amado a sí mismas que nunca estuvieron dispuestas a sacrificarse por una pareja sentimental. Muchas veces ni siquiera fueron capaces de sacrificarse por un hijo o una hija, en el caso del amor filial. Menos aún podrían esas personas sacrificarse por una persona que, en forma supuesta, aman o han amado.

Ahora, ¿Podemos juzgar a alguien por no saber amar? Por supuesto que no. Somos seres humanos y somos imperfectos. Tenemos una imperfección innata, porque aún heredamos los genes de la época en que nuestros antepasados se comportaban como nuestros primos, los primates. Entonces, lo importante era sobrevivir y para ello debían defenderse de muchos peligros. La supervivencia de la especie obligaba a nuestros antepasados a ser egoístas. Sólo los mas fuertes o los más astutos podían sobrevivir. El egoísmo en esa época era una defensa natural. Tenemos también una imperfección adquirida, producto de la influencia de diversas culturas, de religiones y de los intereses de clases sociales económicamente dominantes. Durante milenios se nos inculcaron ideas contradictorias y se transformó el egoísmo innato en egoísmo exacerbado, inculcado.  Por eso es tan difícil amar.

Personalmente no creo haber estado enamorado, jamás. No niego que muchas veces creí estarlo. Pero, tanto mi amor como el de mis ex parejas era un amor falso. Si hubiera existido el verdadero amor difícilmente se hubieran roto esa relaciones. No creo tampoco poder amar algún día. Podré tener buenos sentimientos, podré sentir mucho cariño y podré estar dispuesto a colaborar en la mejor forma posible a mantener una relación estable y armónica. Pero sería un mentiroso si asegurara que eso es amor. A lo más, es una aproximación al amor, un intento de amar.

Primer capítulo sobre LAS FASES DEL AMOR, de un total de tres.


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